Parálisis Permanente
El Acto
18,00€
Munster
Parálisis Permanente
El Acto
Reedición del único y mítico LP de Parálisis Permanente de 1982, una obra fundamental del afterpunk y la escena siniestra en España.
Estamos ante un disco clásico, nada erosionado por el paso de las décadas. El carácter legendario de El acto y Parálisis Permanente no deriva exclusivamente de impulsos necrófilos. Cierto, la muerte en accidente (13 de mayo de 1983) de su cabecilla, Eduardo Benavente, elevó su único elepé a la categoría de reliquia. Pero funcionaban también otros poderosos elementos intrínsecos que contribuyeron a su mitificación. Primero, el carisma de Eduardo. Una lagartija que combinaba generosas dotes musicales con esa audacia personal de chaval echao p’adelante. Antes de Parálisis Permanente ya había pasado por media docena de grupos. Eran famosas sus escapadas: cuando las Mo-dettes vinieron a Madrid, Eduardo se fue con ellas a pasar una temporada en Londres. Y había sentado plaza en uno de los grupos más viperinos y conflictivos de la escena madrileña: los Pegamoides. Segundo, los surcos. Hoy puede parecer infantil pero en 1982 había conflictos hasta ideológicos respecto a la orientación del grupo madre, Alaska y los Pegamoides. Habían conseguido algún éxito pop pero la mayoría de los implicados suspiraban por el prestigio de un punk rock, adobado con la estética siniestra (según el lenguaje actual, gótica), entonces novedosa. Pero ambas tendencias constituían dos caras de la misma moneda: Parálisis ofrecía punk sobre la base de excelentes canciones de hechuras pop. En la grabación se notan detallitos modernos, seguramente concebidos con la complicidad del hombre del estudio Doblewtronics, Jesús N Gómez. También parece muy deliberada la mezcla, que hunde la voz de Eduardo en la masa sonora. Podía tener veinte años cuando se publicó El acto pero se trataba de un producto maduro y contundente, superior en impacto sonoro a la mayoría de los discos madrileños del momento. Tercero, la portada. Eduardo, con su cara blanqueada y la gorra militar, parecía un punki de casting (luego demostraría que le encajaban perfectamente los trajes oscuros). Pero las miradas se iban inevitablemente hacia las carnes de Ana Curra, disfrazada con una peluca plateada (al hallarse bajo contrato con Hispavox, el sello de los Pegamoides, no podía alardear de su participación en un disco independiente). Su breve indumentaria era pura artesanía: no existían entonces tiendas de fetish clothing y ella misma compró piezas de cuero y anillas metálicas para confeccionarse aquellos aparejos. Estamos hablando de tiempos anteriores a la red global, cuando era toda una epopeya el ponerse al día de las tendencias londinenses. Tengo el recuerdo nítido de encontrarme con Eduardo y Ana en una noche muerta del Rockola. Éramos cuatro gatos en la sala y ellos estaban abrazados, plantados ante el monitor de TV de la primera barra, viendo atentamente una cinta (¿VHS? ¿Beta?) con clips de Siouxsie & The Banshees: todo un lujo en aquellos años de carencias informativas. Una música y un envoltorio que encajaban perfectamente en una temática que rezumaba sexo. En la actualidad, Ana Curra comenta con naturalidad que su relación con Eduardo tenía un fuerte componente sexual, potenciado por un interés mutuo por las transgresiones. Ese cancionero, grabado en julio de 1982, incluye sexo sadomasoquista (‘Vamos a jugar’, ‘Te gustará’), sexo ritual (‘El acto’), prostitución (‘Tengo un precio’), dominación (‘Quiero ser tu perro’), zombies (‘Adictos a la lujuria’, ‘Esa extraña sonrisa’). Sin olvidar el audio-porno de ‘Bacanal’. También abundaban las truculencias de cementerio (‘Jugando a las cartas’) y veneno (‘Esto no es’). Todo filtrado por la ironía que es la marca de la casa Canut. Pero eso, al igual que la galopante versión de Bowie o el guiño a Alien en ‘Tengo un pasajero’, quedaba minimizado por la carga erótica. En el texto que acompaña a una reedición en CD que lanzó la revista Efe Eme, el periodista Darío Vico describía El acto como una película porno concebida para adolescentes. Aseguraba que, hablando con colegas, llegaron a la conclusión de que es el disco punk que más gente ha escuchado mientras se masturbaba. Precoz en todo, estamos seguros de que Eduardo Benavente habría aplaudido ese uso onanista de una música de voluntad tan provocadora. Diego A Manrique. Publicado por Vinilísssimo
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Reedición del único y mítico LP de Parálisis Permanente de 1982, una obra fundamental del afterpunk y la escena siniestra en España.
Estamos ante un disco clásico, nada erosionado por el paso de las décadas. El carácter legendario de El acto y Parálisis Permanente no deriva exclusivamente de impulsos necrófilos. Cierto, la muerte en accidente (13 de mayo de 1983) de su cabecilla, Eduardo Benavente, elevó su único elepé a la categoría de reliquia. Pero funcionaban también otros poderosos elementos intrínsecos que contribuyeron a su mitificación. Primero, el carisma de Eduardo. Una lagartija que combinaba generosas dotes musicales con esa audacia personal de chaval echao p’adelante. Antes de Parálisis Permanente ya había pasado por media docena de grupos. Eran famosas sus escapadas: cuando las Mo-dettes vinieron a Madrid, Eduardo se fue con ellas a pasar una temporada en Londres. Y había sentado plaza en uno de los grupos más viperinos y conflictivos de la escena madrileña: los Pegamoides. Segundo, los surcos. Hoy puede parecer infantil pero en 1982 había conflictos hasta ideológicos respecto a la orientación del grupo madre, Alaska y los Pegamoides. Habían conseguido algún éxito pop pero la mayoría de los implicados suspiraban por el prestigio de un punk rock, adobado con la estética siniestra (según el lenguaje actual, gótica), entonces novedosa. Pero ambas tendencias constituían dos caras de la misma moneda: Parálisis ofrecía punk sobre la base de excelentes canciones de hechuras pop. En la grabación se notan detallitos modernos, seguramente concebidos con la complicidad del hombre del estudio Doblewtronics, Jesús N Gómez. También parece muy deliberada la mezcla, que hunde la voz de Eduardo en la masa sonora. Podía tener veinte años cuando se publicó El acto pero se trataba de un producto maduro y contundente, superior en impacto sonoro a la mayoría de los discos madrileños del momento. Tercero, la portada. Eduardo, con su cara blanqueada y la gorra militar, parecía un punki de casting (luego demostraría que le encajaban perfectamente los trajes oscuros). Pero las miradas se iban inevitablemente hacia las carnes de Ana Curra, disfrazada con una peluca plateada (al hallarse bajo contrato con Hispavox, el sello de los Pegamoides, no podía alardear de su participación en un disco independiente). Su breve indumentaria era pura artesanía: no existían entonces tiendas de fetish clothing y ella misma compró piezas de cuero y anillas metálicas para confeccionarse aquellos aparejos. Estamos hablando de tiempos anteriores a la red global, cuando era toda una epopeya el ponerse al día de las tendencias londinenses. Tengo el recuerdo nítido de encontrarme con Eduardo y Ana en una noche muerta del Rockola. Éramos cuatro gatos en la sala y ellos estaban abrazados, plantados ante el monitor de TV de la primera barra, viendo atentamente una cinta (¿VHS? ¿Beta?) con clips de Siouxsie & The Banshees: todo un lujo en aquellos años de carencias informativas. Una música y un envoltorio que encajaban perfectamente en una temática que rezumaba sexo. En la actualidad, Ana Curra comenta con naturalidad que su relación con Eduardo tenía un fuerte componente sexual, potenciado por un interés mutuo por las transgresiones. Ese cancionero, grabado en julio de 1982, incluye sexo sadomasoquista (‘Vamos a jugar’, ‘Te gustará’), sexo ritual (‘El acto’), prostitución (‘Tengo un precio’), dominación (‘Quiero ser tu perro’), zombies (‘Adictos a la lujuria’, ‘Esa extraña sonrisa’). Sin olvidar el audio-porno de ‘Bacanal’. También abundaban las truculencias de cementerio (‘Jugando a las cartas’) y veneno (‘Esto no es’). Todo filtrado por la ironía que es la marca de la casa Canut. Pero eso, al igual que la galopante versión de Bowie o el guiño a Alien en ‘Tengo un pasajero’, quedaba minimizado por la carga erótica. En el texto que acompaña a una reedición en CD que lanzó la revista Efe Eme, el periodista Darío Vico describía El acto como una película porno concebida para adolescentes. Aseguraba que, hablando con colegas, llegaron a la conclusión de que es el disco punk que más gente ha escuchado mientras se masturbaba. Precoz en todo, estamos seguros de que Eduardo Benavente habría aplaudido ese uso onanista de una música de voluntad tan provocadora. Diego A Manrique. Publicado por Vinilísssimo
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Reedición del único y mítico LP de Parálisis Permanente de 1982, una obra fundamental del afterpunk y la escena siniestra en España.
Estamos ante un disco clásico, nada erosionado por el paso de las décadas. El carácter legendario de El acto y Parálisis Permanente no deriva exclusivamente de impulsos necrófilos. Cierto, la muerte en accidente (13 de mayo de 1983) de su cabecilla, Eduardo Benavente, elevó su único elepé a la categoría de reliquia. Pero funcionaban también otros poderosos elementos intrínsecos que contribuyeron a su mitificación. Primero, el carisma de Eduardo. Una lagartija que combinaba generosas dotes musicales con esa audacia personal de chaval echao p'adelante. Antes de Parálisis Permanente ya había pasado por media docena de grupos. Eran famosas sus escapadas: cuando las Mo-dettes vinieron a Madrid, Eduardo se fue con ellas a pasar una temporada en Londres. Y había sentado plaza en uno de los grupos más viperinos y conflictivos de la escena madrileña: los Pegamoides. Segundo, los surcos. Hoy puede parecer infantil pero en 1982 había conflictos hasta ideológicos respecto a la orientación del grupo madre, Alaska y los Pegamoides. Habían conseguido algún éxito pop pero la mayoría de los implicados suspiraban por el prestigio de un punk rock, adobado con la estética siniestra (según el lenguaje actual, gótica), entonces novedosa. Pero ambas tendencias constituían dos caras de la misma moneda: Parálisis ofrecía punk sobre la base de excelentes canciones de hechuras pop. En la grabación se notan detallitos modernos, seguramente concebidos con la complicidad del hombre del estudio Doblewtronics, Jesús N Gómez. También parece muy deliberada la mezcla, que hunde la voz de Eduardo en la masa sonora. Podía tener veinte años cuando se publicó El acto pero se trataba de un producto maduro y contundente, superior en impacto sonoro a la mayoría de los discos madrileños del momento. Tercero, la portada. Eduardo, con su cara blanqueada y la gorra militar, parecía un punki de casting (luego demostraría que le encajaban perfectamente los trajes oscuros). Pero las miradas se iban inevitablemente hacia las carnes de Ana Curra, disfrazada con una peluca plateada (al hallarse bajo contrato con Hispavox, el sello de los Pegamoides, no podía alardear de su participación en un disco independiente). Su breve indumentaria era pura artesanía: no existían entonces tiendas de fetish clothing y ella misma compró piezas de cuero y anillas metálicas para confeccionarse aquellos aparejos. Estamos hablando de tiempos anteriores a la red global, cuando era toda una epopeya el ponerse al día de las tendencias londinenses. Tengo el recuerdo nítido de encontrarme con Eduardo y Ana en una noche muerta del Rockola. Éramos cuatro gatos en la sala y ellos estaban abrazados, plantados ante el monitor de TV de la primera barra, viendo atentamente una cinta (¿VHS? ¿Beta?) con clips de Siouxsie & The Banshees: todo un lujo en aquellos años de carencias informativas. Una música y un envoltorio que encajaban perfectamente en una temática que rezumaba sexo. En la actualidad, Ana Curra comenta con naturalidad que su relación con Eduardo tenía un fuerte componente sexual, potenciado por un interés mutuo por las transgresiones. Ese cancionero, grabado en julio de 1982, incluye sexo sadomasoquista ('Vamos a jugar', 'Te gustará'), sexo ritual ('El acto'), prostitución ('Tengo un precio'), dominación ('Quiero ser tu perro'), zombies ('Adictos a la lujuria', 'Esa extraña sonrisa'). Sin olvidar el audio-porno de 'Bacanal'. También abundaban las truculencias de cementerio ('Jugando a las cartas') y veneno ('Esto no es'). Todo filtrado por la ironía que es la marca de la casa Canut. Pero eso, al igual que la galopante versión de Bowie o el guiño a Alien en 'Tengo un pasajero', quedaba minimizado por la carga erótica. En el texto que acompaña a una reedición en CD que lanzó la revista Efe Eme, el periodista Darío Vico describía El acto como una película porno concebida para adolescentes. Aseguraba que, hablando con colegas, llegaron a la conclusión de que es el disco punk que más gente ha escuchado mientras se masturbaba. Precoz en todo, estamos seguros de que Eduardo Benavente habría aplaudido ese uso onanista de una música de voluntad tan provocadora. Diego A Manrique. Publicado por Vinilísssimo
Reedición del único y mítico LP de Parálisis Permanente de 1982, una obra fundamental del afterpunk y la escena siniestra en España.
Estamos ante un disco clásico, nada erosionado por el paso de las décadas. El carácter legendario de El acto y Parálisis Permanente no deriva exclusivamente de impulsos necrófilos. Cierto, la muerte en accidente (13 de mayo de 1983) de su cabecilla, Eduardo Benavente, elevó su único elepé a la categoría de reliquia. Pero funcionaban también otros poderosos elementos intrínsecos que contribuyeron a su mitificación. Primero, el carisma de Eduardo. Una lagartija que combinaba generosas dotes musicales con esa audacia personal de chaval echao p'adelante. Antes de Parálisis Permanente ya había pasado por media docena de grupos. Eran famosas sus escapadas: cuando las Mo-dettes vinieron a Madrid, Eduardo se fue con ellas a pasar una temporada en Londres. Y había sentado plaza en uno de los grupos más viperinos y conflictivos de la escena madrileña: los Pegamoides. Segundo, los surcos. Hoy puede parecer infantil pero en 1982 había conflictos hasta ideológicos respecto a la orientación del grupo madre, Alaska y los Pegamoides. Habían conseguido algún éxito pop pero la mayoría de los implicados suspiraban por el prestigio de un punk rock, adobado con la estética siniestra (según el lenguaje actual, gótica), entonces novedosa. Pero ambas tendencias constituían dos caras de la misma moneda: Parálisis ofrecía punk sobre la base de excelentes canciones de hechuras pop. En la grabación se notan detallitos modernos, seguramente concebidos con la complicidad del hombre del estudio Doblewtronics, Jesús N Gómez. También parece muy deliberada la mezcla, que hunde la voz de Eduardo en la masa sonora. Podía tener veinte años cuando se publicó El acto pero se trataba de un producto maduro y contundente, superior en impacto sonoro a la mayoría de los discos madrileños del momento. Tercero, la portada. Eduardo, con su cara blanqueada y la gorra militar, parecía un punki de casting (luego demostraría que le encajaban perfectamente los trajes oscuros). Pero las miradas se iban inevitablemente hacia las carnes de Ana Curra, disfrazada con una peluca plateada (al hallarse bajo contrato con Hispavox, el sello de los Pegamoides, no podía alardear de su participación en un disco independiente). Su breve indumentaria era pura artesanía: no existían entonces tiendas de fetish clothing y ella misma compró piezas de cuero y anillas metálicas para confeccionarse aquellos aparejos. Estamos hablando de tiempos anteriores a la red global, cuando era toda una epopeya el ponerse al día de las tendencias londinenses. Tengo el recuerdo nítido de encontrarme con Eduardo y Ana en una noche muerta del Rockola. Éramos cuatro gatos en la sala y ellos estaban abrazados, plantados ante el monitor de TV de la primera barra, viendo atentamente una cinta (¿VHS? ¿Beta?) con clips de Siouxsie & The Banshees: todo un lujo en aquellos años de carencias informativas. Una música y un envoltorio que encajaban perfectamente en una temática que rezumaba sexo. En la actualidad, Ana Curra comenta con naturalidad que su relación con Eduardo tenía un fuerte componente sexual, potenciado por un interés mutuo por las transgresiones. Ese cancionero, grabado en julio de 1982, incluye sexo sadomasoquista ('Vamos a jugar', 'Te gustará'), sexo ritual ('El acto'), prostitución ('Tengo un precio'), dominación ('Quiero ser tu perro'), zombies ('Adictos a la lujuria', 'Esa extraña sonrisa'). Sin olvidar el audio-porno de 'Bacanal'. También abundaban las truculencias de cementerio ('Jugando a las cartas') y veneno ('Esto no es'). Todo filtrado por la ironía que es la marca de la casa Canut. Pero eso, al igual que la galopante versión de Bowie o el guiño a Alien en 'Tengo un pasajero', quedaba minimizado por la carga erótica. En el texto que acompaña a una reedición en CD que lanzó la revista Efe Eme, el periodista Darío Vico describía El acto como una película porno concebida para adolescentes. Aseguraba que, hablando con colegas, llegaron a la conclusión de que es el disco punk que más gente ha escuchado mientras se masturbaba. Precoz en todo, estamos seguros de que Eduardo Benavente habría aplaudido ese uso onanista de una música de voluntad tan provocadora. Diego A Manrique. Publicado por Vinilísssimo