No he olvidado cómo jugar embarrado. Fiesta del diablo y el cerdo (vinioferta)

Mar Otra Vez

No he olvidado cómo jugar embarrado. Fiesta del diablo y el cerdo (vinioferta)

-44%
Agotado

10,00

Munster

Mar Otra Vez

No he olvidado cómo jugar embarrado. Fiesta del diablo y el cerdo (vinioferta)


Availability: Sin existencias SKU: MR-SSS 38  |  ,

Reedición del mini-LP de debut de Mar Otra Vez, publicado originalmente en 1985. Un disco rompedor dentro de la escena española de aquel momento gracias a su arriesgada y descarnada mezcla de no wave, post-punk, rock experimental y noise. Vinilo de 180g.

Era 1985. Los valientes que pagaron entrada por someter su conciencia a imágenes como la de Jonás es comida de perros no salían de su asombro. No solo por la poética animal del cantante de aquel grupo madrileño. Por aquellos escenarios no era común la chatarra. Un bidón rociado de alcohol en su superficie hacía de percusión. Sobre el amenazador cachivache pendía una botella de vidrio, cuyo contacto con aquel contenedor estimulaba un zafarrancho rítmico cargado de gruñidos y violencia. El grupo se llamaba Mar Otra Vez. La canción, ‘Jonás’. Su última nota la protagonizaba el estruendo de aquella botella estallando contra el bidón. Haciéndose añicos. Destrozando el buen gusto de la melodía y el color. Enfrentándose a la Movida madrileña. Era 1985. De Mar Otra Vez, la prensa especializada dijo que eran vanguardistas, innovadores y cultos. Cierto es que el empalagoso prestigio de Madrid en la primera mitad de los ochenta animaba a que sucediera algo. Que se dejara de hablar de modernidad. O que, al menos, no se confundiera con saturación mediática. Pero también es cierto que Julián Sanz (bajo), Javier Corcobado (voz e instrumentos de viento), Javier Rodrigo (guitarra), Luis Corchado (batería) y Andrews Wax (teclados) atesoraban experiencia para abanderar una alternativa desde la experimentación más creativa. En este sentido, Mar Otra Vez aprovechó la inquietud mostrada dos o tres años atrás por el grupo 429 Engaños –parvulario en que algunos de sus miembros empezaron jugar con el ruido– o La Gran Curva, cuyos componentes disponían de un puesto en el Rastro madrileño donde se vendían casetes grabadas de música difícil. El disco de importación era artículo de lujo. Es el verano de 1983. 429 Engaños se separan. Las obligaciones militares alejan a unos de otros. Pocos meses después, el ejército envía a Corcobado, destinado en Tenerife, a la península para formarse como topógrafo. La cercanía anima a formar un nuevo grupo. Ensayan, pero una vez concluido el servicio, Corcobado elige Tenerife como residencia, donde experimenta con técnicas industriales de composición como el corta y pega de cintas magnéticas. Mantiene correspondencia con Julián Sanz, intercambian letras, sonidos y teorías. Pero Mar Otra Vez no se consolida. Hasta que la discográfica GASA les promete un contrato. El calendario señala finales de 1984. No he olvidado como jugar embarrado (o también Fiesta del diablo y el cerdo) se grabó en tres días de febrero. Había que abaratar costes, lo que obligó a prescindir de alguna buena canción (?Ámame’). Pero no hubo trauma alguno. Aquellas partituras del caos estaban bien aprendidas. Su adrenalina juvenil pudo canalizarse hacia una tensión real, a veces brutal, otras psicológica. Si 429 Engaños fue un ejercicio de experimentación, aquel primer mini-LP de Mar Otra Vez se convirtió en un ejercicio de composición intelectual. Ser diferente era la mejor virtud. Tanto que desecharon la idea de calzar uniformes de dandis de vertedero, como había elegido su admirado Nick Cave en la época Birthday Party, y así liberalizar la estética. El salvajismo de los australianos estaba presente. Pero también la no wave neoyorquina, los bajos del jazz-rock y el funk más agresivo. Un completísimo catecismo de iniciación a la otredad que daría dos obras más (Édades de óxido y Algún paté venenoso), pero que nadie por aquí conseguiría igualar, aunque serviría de guía para sellos de la década siguiente (Triquinoise, Por Caridad Producciones). César Estabiel. Publicado por Vinilísssimo

Es 1984 y Corcobado se ve obligado a cumplir sus obligaciones militares. Y cuando aquella energía parece desvanecerse por absurdo imperativo de la patria, surge la que probablemente fuera la banda más decisiva de aquel rock diferente: MAR OTRA VEZ. Desde la distancia, Sanz –que actualmente maneja los mismos presupuestos artísticos con su proyecto Erizonte– y Corcobado vuelven a entenderse. Su primer mini-lp (No he olvidado cómo jugar embarrado / Fiesta del diablo y el cerdo) fijaba nuevas pautas: se le daba al funk un protagonismo díscolo, con Corcobado al mando de un saxo y de una trompeta que no sabía tocar. Ya había oído hablar de las aventuras nihilistas que habían corrido por el underground neoyorquino cinco años atrás. Se fijó en uno de aquellos secuaces, James Chance, quien había conseguido con su banda, The Contortions, llevar el funk de James Brown a un terreno aún más espasmódico y afilado. César Estabiel
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Reedición del mini-LP de debut de Mar Otra Vez, publicado originalmente en 1985. Un disco rompedor dentro de la escena española de aquel momento gracias a su arriesgada y descarnada mezcla de no wave, post-punk, rock experimental y noise. Vinilo de 180g.

Era 1985. Los valientes que pagaron entrada por someter su conciencia a imágenes como la de Jonás es comida de perros no salían de su asombro. No solo por la poética animal del cantante de aquel grupo madrileño. Por aquellos escenarios no era común la chatarra. Un bidón rociado de alcohol en su superficie hacía de percusión. Sobre el amenazador cachivache pendía una botella de vidrio, cuyo contacto con aquel contenedor estimulaba un zafarrancho rítmico cargado de gruñidos y violencia. El grupo se llamaba Mar Otra Vez. La canción, ‘Jonás’. Su última nota la protagonizaba el estruendo de aquella botella estallando contra el bidón. Haciéndose añicos. Destrozando el buen gusto de la melodía y el color. Enfrentándose a la Movida madrileña. Era 1985. De Mar Otra Vez, la prensa especializada dijo que eran vanguardistas, innovadores y cultos. Cierto es que el empalagoso prestigio de Madrid en la primera mitad de los ochenta animaba a que sucediera algo. Que se dejara de hablar de modernidad. O que, al menos, no se confundiera con saturación mediática. Pero también es cierto que Julián Sanz (bajo), Javier Corcobado (voz e instrumentos de viento), Javier Rodrigo (guitarra), Luis Corchado (batería) y Andrews Wax (teclados) atesoraban experiencia para abanderar una alternativa desde la experimentación más creativa. En este sentido, Mar Otra Vez aprovechó la inquietud mostrada dos o tres años atrás por el grupo 429 Engaños –parvulario en que algunos de sus miembros empezaron jugar con el ruido– o La Gran Curva, cuyos componentes disponían de un puesto en el Rastro madrileño donde se vendían casetes grabadas de música difícil. El disco de importación era artículo de lujo. Es el verano de 1983. 429 Engaños se separan. Las obligaciones militares alejan a unos de otros. Pocos meses después, el ejército envía a Corcobado, destinado en Tenerife, a la península para formarse como topógrafo. La cercanía anima a formar un nuevo grupo. Ensayan, pero una vez concluido el servicio, Corcobado elige Tenerife como residencia, donde experimenta con técnicas industriales de composición como el corta y pega de cintas magnéticas. Mantiene correspondencia con Julián Sanz, intercambian letras, sonidos y teorías. Pero Mar Otra Vez no se consolida. Hasta que la discográfica GASA les promete un contrato. El calendario señala finales de 1984. No he olvidado como jugar embarrado (o también Fiesta del diablo y el cerdo) se grabó en tres días de febrero. Había que abaratar costes, lo que obligó a prescindir de alguna buena canción (?Ámame’). Pero no hubo trauma alguno. Aquellas partituras del caos estaban bien aprendidas. Su adrenalina juvenil pudo canalizarse hacia una tensión real, a veces brutal, otras psicológica. Si 429 Engaños fue un ejercicio de experimentación, aquel primer mini-LP de Mar Otra Vez se convirtió en un ejercicio de composición intelectual. Ser diferente era la mejor virtud. Tanto que desecharon la idea de calzar uniformes de dandis de vertedero, como había elegido su admirado Nick Cave en la época Birthday Party, y así liberalizar la estética. El salvajismo de los australianos estaba presente. Pero también la no wave neoyorquina, los bajos del jazz-rock y el funk más agresivo. Un completísimo catecismo de iniciación a la otredad que daría dos obras más (Édades de óxido y Algún paté venenoso), pero que nadie por aquí conseguiría igualar, aunque serviría de guía para sellos de la década siguiente (Triquinoise, Por Caridad Producciones). César Estabiel. Publicado por Vinilísssimo

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Era 1985. Los valientes que pagaron entrada por someter su conciencia a imágenes como la de Jonás es comida de perros no salían de su asombro. No solo por la poética animal del cantante de aquel grupo madrileño. Por aquellos escenarios no era común la chatarra. Un bidón rociado de alcohol en su superficie hacía de percusión. Sobre el amenazador cachivache pendía una botella de vidrio, cuyo contacto con aquel contenedor estimulaba un zafarrancho rítmico cargado de gruñidos y violencia. El grupo se llamaba Mar Otra Vez. La canción, ‘Jonás’. Su última nota la protagonizaba el estruendo de aquella botella estallando contra el bidón. Haciéndose añicos. Destrozando el buen gusto de la melodía y el color. Enfrentándose a la Movida madrileña. Era 1985. De Mar Otra Vez, la prensa especializada dijo que eran vanguardistas, innovadores y cultos. Cierto es que el empalagoso prestigio de Madrid en la primera mitad de los ochenta animaba a que sucediera algo. Que se dejara de hablar de modernidad. O que, al menos, no se confundiera con saturación mediática. Pero también es cierto que Julián Sanz (bajo), Javier Corcobado (voz e instrumentos de viento), Javier Rodrigo (guitarra), Luis Corchado (batería) y Andrews Wax (teclados) atesoraban experiencia para abanderar una alternativa desde la experimentación más creativa. En este sentido, Mar Otra Vez aprovechó la inquietud mostrada dos o tres años atrás por el grupo 429 Engaños –parvulario en que algunos de sus miembros empezaron jugar con el ruido– o La Gran Curva, cuyos componentes disponían de un puesto en el Rastro madrileño donde se vendían casetes grabadas de música difícil. El disco de importación era artículo de lujo. Es el verano de 1983. 429 Engaños se separan. Las obligaciones militares alejan a unos de otros. Pocos meses después, el ejército envía a Corcobado, destinado en Tenerife, a la península para formarse como topógrafo. La cercanía anima a formar un nuevo grupo. Ensayan, pero una vez concluido el servicio, Corcobado elige Tenerife como residencia, donde experimenta con técnicas industriales de composición como el corta y pega de cintas magnéticas. Mantiene correspondencia con Julián Sanz, intercambian letras, sonidos y teorías. Pero Mar Otra Vez no se consolida. Hasta que la discográfica GASA les promete un contrato. El calendario señala finales de 1984. No he olvidado como jugar embarrado (o también Fiesta del diablo y el cerdo) se grabó en tres días de febrero. Había que abaratar costes, lo que obligó a prescindir de alguna buena canción (?Ámame’). Pero no hubo trauma alguno. Aquellas partituras del caos estaban bien aprendidas. Su adrenalina juvenil pudo canalizarse hacia una tensión real, a veces brutal, otras psicológica. Si 429 Engaños fue un ejercicio de experimentación, aquel primer mini-LP de Mar Otra Vez se convirtió en un ejercicio de composición intelectual. Ser diferente era la mejor virtud. Tanto que desecharon la idea de calzar uniformes de dandis de vertedero, como había elegido su admirado Nick Cave en la época Birthday Party, y así liberalizar la estética. El salvajismo de los australianos estaba presente. Pero también la no wave neoyorquina, los bajos del jazz-rock y el funk más agresivo. Un completísimo catecismo de iniciación a la otredad que daría dos obras más (Édades de óxido y Algún paté venenoso), pero que nadie por aquí conseguiría igualar, aunque serviría de guía para sellos de la década siguiente (Triquinoise, Por Caridad Producciones). César Estabiel. Publicado por Vinilísssimo

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Era 1985. Los valientes que pagaron entrada por someter su conciencia a imágenes como la de Jonás es comida de perros no salían de su asombro. No solo por la poética animal del cantante de aquel grupo madrileño. Por aquellos escenarios no era común la chatarra. Un bidón rociado de alcohol en su superficie hacía de percusión. Sobre el amenazador cachivache pendía una botella de vidrio, cuyo contacto con aquel contenedor estimulaba un zafarrancho rítmico cargado de gruñidos y violencia. El grupo se llamaba Mar Otra Vez. La canción, ‘Jonás’. Su última nota la protagonizaba el estruendo de aquella botella estallando contra el bidón. Haciéndose añicos. Destrozando el buen gusto de la melodía y el color. Enfrentándose a la Movida madrileña. Era 1985. De Mar Otra Vez, la prensa especializada dijo que eran vanguardistas, innovadores y cultos. Cierto es que el empalagoso prestigio de Madrid en la primera mitad de los ochenta animaba a que sucediera algo. Que se dejara de hablar de modernidad. O que, al menos, no se confundiera con saturación mediática. Pero también es cierto que Julián Sanz (bajo), Javier Corcobado (voz e instrumentos de viento), Javier Rodrigo (guitarra), Luis Corchado (batería) y Andrews Wax (teclados) atesoraban experiencia para abanderar una alternativa desde la experimentación más creativa. En este sentido, Mar Otra Vez aprovechó la inquietud mostrada dos o tres años atrás por el grupo 429 Engaños –parvulario en que algunos de sus miembros empezaron jugar con el ruido– o La Gran Curva, cuyos componentes disponían de un puesto en el Rastro madrileño donde se vendían casetes grabadas de música difícil. El disco de importación era artículo de lujo. Es el verano de 1983. 429 Engaños se separan. Las obligaciones militares alejan a unos de otros. Pocos meses después, el ejército envía a Corcobado, destinado en Tenerife, a la península para formarse como topógrafo. La cercanía anima a formar un nuevo grupo. Ensayan, pero una vez concluido el servicio, Corcobado elige Tenerife como residencia, donde experimenta con técnicas industriales de composición como el corta y pega de cintas magnéticas. Mantiene correspondencia con Julián Sanz, intercambian letras, sonidos y teorías. Pero Mar Otra Vez no se consolida. Hasta que la discográfica GASA les promete un contrato. El calendario señala finales de 1984. No he olvidado como jugar embarrado (o también Fiesta del diablo y el cerdo) se grabó en tres días de febrero. Había que abaratar costes, lo que obligó a prescindir de alguna buena canción (?Ámame’). Pero no hubo trauma alguno. Aquellas partituras del caos estaban bien aprendidas. Su adrenalina juvenil pudo canalizarse hacia una tensión real, a veces brutal, otras psicológica. Si 429 Engaños fue un ejercicio de experimentación, aquel primer mini-LP de Mar Otra Vez se convirtió en un ejercicio de composición intelectual. Ser diferente era la mejor virtud. Tanto que desecharon la idea de calzar uniformes de dandis de vertedero, como había elegido su admirado Nick Cave en la época Birthday Party, y así liberalizar la estética. El salvajismo de los australianos estaba presente. Pero también la no wave neoyorquina, los bajos del jazz-rock y el funk más agresivo. Un completísimo catecismo de iniciación a la otredad que daría dos obras más (Édades de óxido y Algún paté venenoso), pero que nadie por aquí conseguiría igualar, aunque serviría de guía para sellos de la década siguiente (Triquinoise, Por Caridad Producciones). César Estabiel. Publicado por Vinilísssimo

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