¡Gózalo! Bugalú Tropical Vol.4

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SKU: VAMPI 127  |  , , ,

Cuarto volumen de nuestra popular serie de música tropical peruana de los 60. Una colección fantástica de sabrosas joyas musicales que sirvieron de puente entre la era del mambo y el nacimiento de la salsa. Otra gran selección de grandes canciones de un desconocido pero esencial momento de la evolución de la música latina. Una fascinante mezcla de estilos en 28 canciones rompepistas: bugalú, mambo, son, guaracha, cumbia… Extensas notas escritas por el experto Carlos Torres Rotondo acompañadas de fotos y reproducciones del arte original

Al construir el mapa musical de América Latina casi siempre se comete el error de identificar la zona de influencia de la música afrolatina sólo en el Caribe. Es cierto que los grandes creadores son cubanos y puertorriqueños, pero al irradiarse su música por toda Iberoamérica se llegaron a constituir escenas de este tipo en otros enclaves del continente. Fue a principios de los cincuenta cuando el género cautivó al Perú. Las orquestas tropicales surgieron por doquier con un repertorio basado en mambos, guarachas y, en menor medida, boleros y merengues. Sin embargo, sobre la base afrocubana incorporaron las influencias más diversas y llegaron a un nuevo sonido diferente al de sus inspiradores. En el centro de la movida tropical destaca nítidamente la Sonora de Lucho Macedo, la primera de su tipo en un medio poblado exclusivamente por orquestas. Sacó a la venta más de ochenta LPs e innumerables discos sencillos. Más allá de sus incontestables méritos profesionales, Macedo hizo un aporte trascendental cuando reclutó músicos que poco más tarde fundarían las agrupaciones más importantes del bugalú. Por momentos, su carrera parece la columna vertebral de toda esta historia. El primero en independizarse de su conjunto fue Joe Di Roma. El bongosero Ñiko Estrada salió poco después para crear su Sonora Antillana. De la sonora de Macedo salieron también el contrabajista José Pepe Hernández, los percusionistas Mario Allison y Coco Lagos, el trompetista Tito Chicoma, y el cantante Charlie Palomares; es decir, casi todos los protagonistas de la era dorada del bugalú a mediados de los sesenta, cada uno de ellos director de una agrupación propia. En 1962 apareció en escena Nilo Espinosa, saxofonista dueño de una sólida formación académica y un profundo conocimiento del jazz. Comenzó a grabar con su propia orquesta y en 1965 formaría su grupo Los Hilton’s. El rompecabezas se completa con el pianista autodidacta Otto de Rojas. Todos ellos se conocían de los hoteles, de las fiestas y de los sets de televisión, pero sobre todo de las sesiones en el estudio. El apogeo de las orquestas tropicales coincidió con el bugalú. A estas alturas el escenario ya no era el mismo. La masiva migración interna hacia la capital determinó un cambio radical en la música popular, surgiendo así la cumbia peruana, también de base tropical. La influencia afrocubana, sin desaparecer ni mucho menos, deja un espacio a la influencia colombiana. Con la nueva década el mercado fue tomado por la cumbia y la salsa. Una época había llegado a su fin.

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Al construir el mapa musical de América Latina casi siempre se comete el error de identificar la zona de influencia de la música afrolatina sólo en el Caribe. Es cierto que los grandes creadores son cubanos y puertorriqueños, pero al irradiarse su música por toda Iberoamérica se llegaron a constituir escenas de este tipo en otros enclaves del continente. Fue a principios de los cincuenta cuando el género cautivó al Perú. Las orquestas tropicales surgieron por doquier con un repertorio basado en mambos, guarachas y, en menor medida, boleros y merengues. Sin embargo, sobre la base afrocubana incorporaron las influencias más diversas y llegaron a un nuevo sonido diferente al de sus inspiradores. En el centro de la movida tropical destaca nítidamente la Sonora de Lucho Macedo, la primera de su tipo en un medio poblado exclusivamente por orquestas. Sacó a la venta más de ochenta LPs e innumerables discos sencillos. Más allá de sus incontestables méritos profesionales, Macedo hizo un aporte trascendental cuando reclutó músicos que poco más tarde fundarían las agrupaciones más importantes del bugalú. Por momentos, su carrera parece la columna vertebral de toda esta historia. El primero en independizarse de su conjunto fue Joe Di Roma. El bongosero Ñiko Estrada salió poco después para crear su Sonora Antillana. De la sonora de Macedo salieron también el contrabajista José Pepe Hernández, los percusionistas Mario Allison y Coco Lagos, el trompetista Tito Chicoma, y el cantante Charlie Palomares; es decir, casi todos los protagonistas de la era dorada del bugalú a mediados de los sesenta, cada uno de ellos director de una agrupación propia. En 1962 apareció en escena Nilo Espinosa, saxofonista dueño de una sólida formación académica y un profundo conocimiento del jazz. Comenzó a grabar con su propia orquesta y en 1965 formaría su grupo Los Hilton’s. El rompecabezas se completa con el pianista autodidacta Otto de Rojas. Todos ellos se conocían de los hoteles, de las fiestas y de los sets de televisión, pero sobre todo de las sesiones en el estudio. El apogeo de las orquestas tropicales coincidió con el bugalú. A estas alturas el escenario ya no era el mismo. La masiva migración interna hacia la capital determinó un cambio radical en la música popular, surgiendo así la cumbia peruana, también de base tropical. La influencia afrocubana, sin desaparecer ni mucho menos, deja un espacio a la influencia colombiana. Con la nueva década el mercado fue tomado por la cumbia y la salsa. Una época había llegado a su fin.

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Al construir el mapa musical de América Latina casi siempre se comete el error de identificar la zona de influencia de la música afrolatina sólo en el Caribe. Es cierto que los grandes creadores son cubanos y puertorriqueños, pero al irradiarse su música por toda Iberoamérica se llegaron a constituir escenas de este tipo en otros enclaves del continente. Fue a principios de los cincuenta cuando el género cautivó al Perú. Las orquestas tropicales surgieron por doquier con un repertorio basado en mambos, guarachas y, en menor medida, boleros y merengues. Sin embargo, sobre la base afrocubana incorporaron las influencias más diversas y llegaron a un nuevo sonido diferente al de sus inspiradores. En el centro de la movida tropical destaca nítidamente la Sonora de Lucho Macedo, la primera de su tipo en un medio poblado exclusivamente por orquestas. Sacó a la venta más de ochenta LPs e innumerables discos sencillos. Más allá de sus incontestables méritos profesionales, Macedo hizo un aporte trascendental cuando reclutó músicos que poco más tarde fundarían las agrupaciones más importantes del bugalú. Por momentos, su carrera parece la columna vertebral de toda esta historia. El primero en independizarse de su conjunto fue Joe Di Roma. El bongosero Ñiko Estrada salió poco después para crear su Sonora Antillana. De la sonora de Macedo salieron también el contrabajista José Pepe Hernández, los percusionistas Mario Allison y Coco Lagos, el trompetista Tito Chicoma, y el cantante Charlie Palomares; es decir, casi todos los protagonistas de la era dorada del bugalú a mediados de los sesenta, cada uno de ellos director de una agrupación propia. En 1962 apareció en escena Nilo Espinosa, saxofonista dueño de una sólida formación académica y un profundo conocimiento del jazz. Comenzó a grabar con su propia orquesta y en 1965 formaría su grupo Los Hilton’s. El rompecabezas se completa con el pianista autodidacta Otto de Rojas. Todos ellos se conocían de los hoteles, de las fiestas y de los sets de televisión, pero sobre todo de las sesiones en el estudio. El apogeo de las orquestas tropicales coincidió con el bugalú. A estas alturas el escenario ya no era el mismo. La masiva migración interna hacia la capital determinó un cambio radical en la música popular, surgiendo así la cumbia peruana, también de base tropical. La influencia afrocubana, sin desaparecer ni mucho menos, deja un espacio a la influencia colombiana. Con la nueva década el mercado fue tomado por la cumbia y la salsa. Una época había llegado a su fin.

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Al construir el mapa musical de América Latina casi siempre se comete el error de identificar la zona de influencia de la música afrolatina sólo en el Caribe. Es cierto que los grandes creadores son cubanos y puertorriqueños, pero al irradiarse su música por toda Iberoamérica se llegaron a constituir escenas de este tipo en otros enclaves del continente. Fue a principios de los cincuenta cuando el género cautivó al Perú. Las orquestas tropicales surgieron por doquier con un repertorio basado en mambos, guarachas y, en menor medida, boleros y merengues. Sin embargo, sobre la base afrocubana incorporaron las influencias más diversas y llegaron a un nuevo sonido diferente al de sus inspiradores. En el centro de la movida tropical destaca nítidamente la Sonora de Lucho Macedo, la primera de su tipo en un medio poblado exclusivamente por orquestas. Sacó a la venta más de ochenta LPs e innumerables discos sencillos. Más allá de sus incontestables méritos profesionales, Macedo hizo un aporte trascendental cuando reclutó músicos que poco más tarde fundarían las agrupaciones más importantes del bugalú. Por momentos, su carrera parece la columna vertebral de toda esta historia. El primero en independizarse de su conjunto fue Joe Di Roma. El bongosero Ñiko Estrada salió poco después para crear su Sonora Antillana. De la sonora de Macedo salieron también el contrabajista José Pepe Hernández, los percusionistas Mario Allison y Coco Lagos, el trompetista Tito Chicoma, y el cantante Charlie Palomares; es decir, casi todos los protagonistas de la era dorada del bugalú a mediados de los sesenta, cada uno de ellos director de una agrupación propia. En 1962 apareció en escena Nilo Espinosa, saxofonista dueño de una sólida formación académica y un profundo conocimiento del jazz. Comenzó a grabar con su propia orquesta y en 1965 formaría su grupo Los Hilton’s. El rompecabezas se completa con el pianista autodidacta Otto de Rojas. Todos ellos se conocían de los hoteles, de las fiestas y de los sets de televisión, pero sobre todo de las sesiones en el estudio. El apogeo de las orquestas tropicales coincidió con el bugalú. A estas alturas el escenario ya no era el mismo. La masiva migración interna hacia la capital determinó un cambio radical en la música popular, surgiendo así la cumbia peruana, también de base tropical. La influencia afrocubana, sin desaparecer ni mucho menos, deja un espacio a la influencia colombiana. Con la nueva década el mercado fue tomado por la cumbia y la salsa. Una época había llegado a su fin.

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