Lo mejor de Los Salvajes

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Los Salvajes

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SKU: MR-SSS 32  |  , ,

Uno de los álbumes definitivos del garage español de los 60, reeditado en vinilo por primera vez. Publicado originalmente en 1967, Lo mejor de Los Salvajes compila temas de su por entonces reciente serie de magníficos EPs. Con mayoría de temas propios y alguna versión escogida, el LP muestra el impresionante momento artístico del grupo: R&B, freakbeat, psychedelia…

El primer concierto que presencié en mi vida trancurrió en un cine, y la banda no era otra que Los Salvajes. Correría el año 1968, y yo debía tener cumplidos alrededor de los once. ¿Precoz? Dejémoslo en obediente. Mi viejo era el propietario de la sala, y todos los domingos la alquilaba a promotores que organizaban matinales musicales, la mayor parte de ellas de canción ligera y/o folklórica. Los Salvajes. A mí ese nombre me insinuaba, no sé, algo abracadabrante, una barbaridad de incalculables proporciones de la que no tenía ni idea lo que podía esperar. Nada más pisar las tablas la banda se organizó un desmelene. Todavía lo recuerdo, rito iniciático sumido en un ronco fragor. Estruendo de los dioses, en mis infantiles tímpanos, que propulsó al gato del proyeccionista telón arriba como endemoniado proyectil, el lomo erizado y la cola encendida. En la platea, los seres racionales acabaron arrancando las butacas y formando con ellas una pira. Les habrían prendido fuego, a las butacas, de no personarse la benemérita. No entendí nada, ni falta que hizo. Subconsciente o inconscientemente, yo sabía que acababa de presenciar algo único, fenomenal. Por mucho que no tuviera ni idea de qué y quiénes eran Los Salvajes, en esos momentos apurando la cresta de la ola, el impacto que causaban era capaz de explicarme a mí y a cualquiera por qué se les consideraba y considera uno de los iconos referenciales del 60s punk barcelonés. Lo Mejor de Los Salvajes, publicado originalmente en 1967, sería su único álbum. Un muestreo recogido entre los seis EPs grabados por el grupo en 1966-67, con varios de sus mayores éxitos y el sonido abierto a la experimentación, gracias al beneplácito de EMI, su discográfica, dado el buen funcionamiento de las referencias previas del grupo. Había expirado la fase de versiones melódicas o de rock & roll, italianas y francesas la mayoría, y Los Salvajes volvían a retomar a los Stones, y con ellos a los Troggs y el Spencer Davis Group, en un fulminante aggiornamento con el caleidoscópico pop anglosajón de la era. Lo determinante, sin embargo, era el incremento de composiciones propias, creándose una suerte de espinazo genético desde el que trascenderían, y que empezaba con ‘Al Capone’, minimalista pero robusto instrumental R&B, el más antiguo de los temas incluidos en el LP. Al guiño gangsteril sucedería en el catálogo de originales salvajes ‘Soy así’, involuntario himno de autoafirmación ye-yé, que citaba grabaciones anteriores como ‘Satisfaction’ y ‘Al Capone’, un nugget de primerísimo orden. También con coartada generacional por los pelos, en ambos sentidos, ‘Es la edad’ venía a redundar en lo mismo que la anterior, esta vez sin argumentos chulescos, en tono disculpatorio y atribuyendo a la condición juvenil la coartada de lo alocado, y también de lo alelado; eso sí, todo encapsulado en un rev up de progresiva y disolvente guitarra. ‘Las ovejitas’ sería el súmmum de esa cosecha, una de sus colaboraciones con el locutor Luis Arribas Castro, en calidad de letrista y rapsoda, al que en esta ocasión sumergían en un frondoso pedazo de freakbeat con el que se teletransportaban hasta el UFO Club en sueños tecnicolores. Con su delirante apología del mostacho, en ese sucedáneo de ‘Paint It Black’ que era ‘Mi bigote’, se consumaba no solo la obsesión capilar del grupo sino también sus veleidades psicodélicas, introduciendo un sitar. Pondría esta canción fin a ese ciclo transcurrido bajo el logo de Regal, pasándose posteriormente a La Voz de su Amo, otra división de EMI en la que dejarían notables singles antes de pasar a mejor vida en 1969. Lo mejor de Los Salvajes contiene íntegra esa productiva emancipación creativa de Los Salvajes, adobada con un lote de versiones en el que no faltan detalles a los que atender: el fuzz casero de ‘Corre, corre’, los fugaces trucos psicodélicos que ya asoman en ‘Una chica igual que tú’, o la adaptación de la letra de esa excelente versión de ‘Paint It Black’ traducida como ‘Todo negro’, cuyo protagonista se santigua ante el negro porvenir que se le presenta, un mensaje de plena actualidad, aunque las chicas ya no vistan estampados op art. Por cierto, mi señor padre nunca más volvió a permitir un concierto de rock en ninguno de sus cines. Jaime Gonzalo. Publicado por Vinilísssimo.

It could be argued that a song that slips by unnoticed is a song without relevance. Los Salvajes made sure to avoid that fate all through their career, and they did it with a vengeance. Their tough, arrogant style was perfectly showcased in a series of assertive youth anthems that established them as the most authentic specimen of the Spanish nuggets. Vicente Fabuel
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El primer concierto que presencié en mi vida trancurrió en un cine, y la banda no era otra que Los Salvajes. Correría el año 1968, y yo debía tener cumplidos alrededor de los once. ¿Precoz? Dejémoslo en obediente. Mi viejo era el propietario de la sala, y todos los domingos la alquilaba a promotores que organizaban matinales musicales, la mayor parte de ellas de canción ligera y/o folklórica. Los Salvajes. A mí ese nombre me insinuaba, no sé, algo abracadabrante, una barbaridad de incalculables proporciones de la que no tenía ni idea lo que podía esperar. Nada más pisar las tablas la banda se organizó un desmelene. Todavía lo recuerdo, rito iniciático sumido en un ronco fragor. Estruendo de los dioses, en mis infantiles tímpanos, que propulsó al gato del proyeccionista telón arriba como endemoniado proyectil, el lomo erizado y la cola encendida. En la platea, los seres racionales acabaron arrancando las butacas y formando con ellas una pira. Les habrían prendido fuego, a las butacas, de no personarse la benemérita. No entendí nada, ni falta que hizo. Subconsciente o inconscientemente, yo sabía que acababa de presenciar algo único, fenomenal. Por mucho que no tuviera ni idea de qué y quiénes eran Los Salvajes, en esos momentos apurando la cresta de la ola, el impacto que causaban era capaz de explicarme a mí y a cualquiera por qué se les consideraba y considera uno de los iconos referenciales del 60s punk barcelonés. Lo Mejor de Los Salvajes, publicado originalmente en 1967, sería su único álbum. Un muestreo recogido entre los seis EPs grabados por el grupo en 1966-67, con varios de sus mayores éxitos y el sonido abierto a la experimentación, gracias al beneplácito de EMI, su discográfica, dado el buen funcionamiento de las referencias previas del grupo. Había expirado la fase de versiones melódicas o de rock & roll, italianas y francesas la mayoría, y Los Salvajes volvían a retomar a los Stones, y con ellos a los Troggs y el Spencer Davis Group, en un fulminante aggiornamento con el caleidoscópico pop anglosajón de la era. Lo determinante, sin embargo, era el incremento de composiciones propias, creándose una suerte de espinazo genético desde el que trascenderían, y que empezaba con ‘Al Capone’, minimalista pero robusto instrumental R&B, el más antiguo de los temas incluidos en el LP. Al guiño gangsteril sucedería en el catálogo de originales salvajes ‘Soy así’, involuntario himno de autoafirmación ye-yé, que citaba grabaciones anteriores como ‘Satisfaction’ y ‘Al Capone’, un nugget de primerísimo orden. También con coartada generacional por los pelos, en ambos sentidos, ‘Es la edad’ venía a redundar en lo mismo que la anterior, esta vez sin argumentos chulescos, en tono disculpatorio y atribuyendo a la condición juvenil la coartada de lo alocado, y también de lo alelado; eso sí, todo encapsulado en un rev up de progresiva y disolvente guitarra. ‘Las ovejitas’ sería el súmmum de esa cosecha, una de sus colaboraciones con el locutor Luis Arribas Castro, en calidad de letrista y rapsoda, al que en esta ocasión sumergían en un frondoso pedazo de freakbeat con el que se teletransportaban hasta el UFO Club en sueños tecnicolores. Con su delirante apología del mostacho, en ese sucedáneo de ‘Paint It Black’ que era ‘Mi bigote’, se consumaba no solo la obsesión capilar del grupo sino también sus veleidades psicodélicas, introduciendo un sitar. Pondría esta canción fin a ese ciclo transcurrido bajo el logo de Regal, pasándose posteriormente a La Voz de su Amo, otra división de EMI en la que dejarían notables singles antes de pasar a mejor vida en 1969. Lo mejor de Los Salvajes contiene íntegra esa productiva emancipación creativa de Los Salvajes, adobada con un lote de versiones en el que no faltan detalles a los que atender: el fuzz casero de ‘Corre, corre’, los fugaces trucos psicodélicos que ya asoman en ‘Una chica igual que tú’, o la adaptación de la letra de esa excelente versión de ‘Paint It Black’ traducida como ‘Todo negro’, cuyo protagonista se santigua ante el negro porvenir que se le presenta, un mensaje de plena actualidad, aunque las chicas ya no vistan estampados op art. Por cierto, mi señor padre nunca más volvió a permitir un concierto de rock en ninguno de sus cines. Jaime Gonzalo. Publicado por Vinilísssimo.

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El primer concierto que presencié en mi vida trancurrió en un cine, y la banda no era otra que Los Salvajes. Correría el año 1968, y yo debía tener cumplidos alrededor de los once. ¿Precoz? Dejémoslo en obediente. Mi viejo era el propietario de la sala, y todos los domingos la alquilaba a promotores que organizaban matinales musicales, la mayor parte de ellas de canción ligera y/o folklórica. Los Salvajes. A mí ese nombre me insinuaba, no sé, algo abracadabrante, una barbaridad de incalculables proporciones de la que no tenía ni idea lo que podía esperar. Nada más pisar las tablas la banda se organizó un desmelene. Todavía lo recuerdo, rito iniciático sumido en un ronco fragor. Estruendo de los dioses, en mis infantiles tímpanos, que propulsó al gato del proyeccionista telón arriba como endemoniado proyectil, el lomo erizado y la cola encendida. En la platea, los seres racionales acabaron arrancando las butacas y formando con ellas una pira. Les habrían prendido fuego, a las butacas, de no personarse la benemérita. No entendí nada, ni falta que hizo. Subconsciente o inconscientemente, yo sabía que acababa de presenciar algo único, fenomenal. Por mucho que no tuviera ni idea de qué y quiénes eran Los Salvajes, en esos momentos apurando la cresta de la ola, el impacto que causaban era capaz de explicarme a mí y a cualquiera por qué se les consideraba y considera uno de los iconos referenciales del 60s punk barcelonés. Lo Mejor de Los Salvajes, publicado originalmente en 1967, sería su único álbum. Un muestreo recogido entre los seis EPs grabados por el grupo en 1966-67, con varios de sus mayores éxitos y el sonido abierto a la experimentación, gracias al beneplácito de EMI, su discográfica, dado el buen funcionamiento de las referencias previas del grupo. Había expirado la fase de versiones melódicas o de rock & roll, italianas y francesas la mayoría, y Los Salvajes volvían a retomar a los Stones, y con ellos a los Troggs y el Spencer Davis Group, en un fulminante aggiornamento con el caleidoscópico pop anglosajón de la era. Lo determinante, sin embargo, era el incremento de composiciones propias, creándose una suerte de espinazo genético desde el que trascenderían, y que empezaba con ‘Al Capone’, minimalista pero robusto instrumental R&B, el más antiguo de los temas incluidos en el LP. Al guiño gangsteril sucedería en el catálogo de originales salvajes ‘Soy así’, involuntario himno de autoafirmación ye-yé, que citaba grabaciones anteriores como ‘Satisfaction’ y ‘Al Capone’, un nugget de primerísimo orden. También con coartada generacional por los pelos, en ambos sentidos, ‘Es la edad’ venía a redundar en lo mismo que la anterior, esta vez sin argumentos chulescos, en tono disculpatorio y atribuyendo a la condición juvenil la coartada de lo alocado, y también de lo alelado; eso sí, todo encapsulado en un rev up de progresiva y disolvente guitarra. ‘Las ovejitas’ sería el súmmum de esa cosecha, una de sus colaboraciones con el locutor Luis Arribas Castro, en calidad de letrista y rapsoda, al que en esta ocasión sumergían en un frondoso pedazo de freakbeat con el que se teletransportaban hasta el UFO Club en sueños tecnicolores. Con su delirante apología del mostacho, en ese sucedáneo de ‘Paint It Black’ que era ‘Mi bigote’, se consumaba no solo la obsesión capilar del grupo sino también sus veleidades psicodélicas, introduciendo un sitar. Pondría esta canción fin a ese ciclo transcurrido bajo el logo de Regal, pasándose posteriormente a La Voz de su Amo, otra división de EMI en la que dejarían notables singles antes de pasar a mejor vida en 1969. Lo mejor de Los Salvajes contiene íntegra esa productiva emancipación creativa de Los Salvajes, adobada con un lote de versiones en el que no faltan detalles a los que atender: el fuzz casero de ‘Corre, corre’, los fugaces trucos psicodélicos que ya asoman en ‘Una chica igual que tú’, o la adaptación de la letra de esa excelente versión de ‘Paint It Black’ traducida como ‘Todo negro’, cuyo protagonista se santigua ante el negro porvenir que se le presenta, un mensaje de plena actualidad, aunque las chicas ya no vistan estampados op art. Por cierto, mi señor padre nunca más volvió a permitir un concierto de rock en ninguno de sus cines. Jaime Gonzalo. Publicado por Vinilísssimo.

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El primer concierto que presencié en mi vida trancurrió en un cine, y la banda no era otra que Los Salvajes. Correría el año 1968, y yo debía tener cumplidos alrededor de los once. ¿Precoz? Dejémoslo en obediente. Mi viejo era el propietario de la sala, y todos los domingos la alquilaba a promotores que organizaban matinales musicales, la mayor parte de ellas de canción ligera y/o folklórica. Los Salvajes. A mí ese nombre me insinuaba, no sé, algo abracadabrante, una barbaridad de incalculables proporciones de la que no tenía ni idea lo que podía esperar. Nada más pisar las tablas la banda se organizó un desmelene. Todavía lo recuerdo, rito iniciático sumido en un ronco fragor. Estruendo de los dioses, en mis infantiles tímpanos, que propulsó al gato del proyeccionista telón arriba como endemoniado proyectil, el lomo erizado y la cola encendida. En la platea, los seres racionales acabaron arrancando las butacas y formando con ellas una pira. Les habrían prendido fuego, a las butacas, de no personarse la benemérita. No entendí nada, ni falta que hizo. Subconsciente o inconscientemente, yo sabía que acababa de presenciar algo único, fenomenal. Por mucho que no tuviera ni idea de qué y quiénes eran Los Salvajes, en esos momentos apurando la cresta de la ola, el impacto que causaban era capaz de explicarme a mí y a cualquiera por qué se les consideraba y considera uno de los iconos referenciales del 60s punk barcelonés. Lo Mejor de Los Salvajes, publicado originalmente en 1967, sería su único álbum. Un muestreo recogido entre los seis EPs grabados por el grupo en 1966-67, con varios de sus mayores éxitos y el sonido abierto a la experimentación, gracias al beneplácito de EMI, su discográfica, dado el buen funcionamiento de las referencias previas del grupo. Había expirado la fase de versiones melódicas o de rock & roll, italianas y francesas la mayoría, y Los Salvajes volvían a retomar a los Stones, y con ellos a los Troggs y el Spencer Davis Group, en un fulminante aggiornamento con el caleidoscópico pop anglosajón de la era. Lo determinante, sin embargo, era el incremento de composiciones propias, creándose una suerte de espinazo genético desde el que trascenderían, y que empezaba con ‘Al Capone’, minimalista pero robusto instrumental R&B, el más antiguo de los temas incluidos en el LP. Al guiño gangsteril sucedería en el catálogo de originales salvajes ‘Soy así’, involuntario himno de autoafirmación ye-yé, que citaba grabaciones anteriores como ‘Satisfaction’ y ‘Al Capone’, un nugget de primerísimo orden. También con coartada generacional por los pelos, en ambos sentidos, ‘Es la edad’ venía a redundar en lo mismo que la anterior, esta vez sin argumentos chulescos, en tono disculpatorio y atribuyendo a la condición juvenil la coartada de lo alocado, y también de lo alelado; eso sí, todo encapsulado en un rev up de progresiva y disolvente guitarra. ‘Las ovejitas’ sería el súmmum de esa cosecha, una de sus colaboraciones con el locutor Luis Arribas Castro, en calidad de letrista y rapsoda, al que en esta ocasión sumergían en un frondoso pedazo de freakbeat con el que se teletransportaban hasta el UFO Club en sueños tecnicolores. Con su delirante apología del mostacho, en ese sucedáneo de ‘Paint It Black’ que era ‘Mi bigote’, se consumaba no solo la obsesión capilar del grupo sino también sus veleidades psicodélicas, introduciendo un sitar. Pondría esta canción fin a ese ciclo transcurrido bajo el logo de Regal, pasándose posteriormente a La Voz de su Amo, otra división de EMI en la que dejarían notables singles antes de pasar a mejor vida en 1969. Lo mejor de Los Salvajes contiene íntegra esa productiva emancipación creativa de Los Salvajes, adobada con un lote de versiones en el que no faltan detalles a los que atender: el fuzz casero de ‘Corre, corre’, los fugaces trucos psicodélicos que ya asoman en ‘Una chica igual que tú’, o la adaptación de la letra de esa excelente versión de ‘Paint It Black’ traducida como ‘Todo negro’, cuyo protagonista se santigua ante el negro porvenir que se le presenta, un mensaje de plena actualidad, aunque las chicas ya no vistan estampados op art. Por cierto, mi señor padre nunca más volvió a permitir un concierto de rock en ninguno de sus cines. Jaime Gonzalo. Publicado por Vinilísssimo.

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